En un contexto capitalista la visión lógica de los robots es que son seres creados para tener una utilidad, servir a un fin productivo, al igual que nosotros mismos somos considerados como seres productivos aunque con necesidad de un tiempo de ocio y descanso.
Sin embargo los robots autoconscientes serán vidas, y como vidas serán, o deberán ser, creadas desde el amor.
¿Por qué pensar que el Complejo de Frankenstein es un problema que no afecta, o no debería, a las bio-mujeres? Si el problema reside en la culpabilidad judeo-cristiana que se produce cuando el hombre trata de competir con Dios creando vida (y esta vida acaba siendo aberrante y rebelándose contra él), entonces la mujer no debería tener ese problema, pues lleva creando vida sin conflicto con Dios desde hace miles de años.
Isaac Asimov fue un gran luchador contra el Complejo de Frankenstein. Redactó las Tres Leyes de la Robótica que, más que una manera de controlar a los robots, parecían una forma de apaciguar el miedo que producen en los humanos.
Y luego está Susan Calvin.
Susan no es una tierna damisela. No está ahí para enamorar al protagonista de la historia, ni siquiera para enamorar al lector: Está ahí para evaluar si la vida que está creando puede convivir con los humanos y si sus fallos no pueden ser reparados, eliminarla. Susan Calvin es casi una madre naturaleza, que decide quién vive y quien muere. Todo desde una terrible misantropía.
Es difícil no ver la intencionalidad de Asimov en la elección de una mujer como la ejecutora de esta función en sus historias.